- Escrito por Teresa Adrán
Quitando caretas
A Coruña. 1/8/2017. Temporada Lírica. Verdi: “Un ballo in maschera”. Gregory Kunde (Riccardo), Saioa Hernández (Amelia), Juan Jesús Rodríguez (Renato), Marianne Cornetti (Ulrica), Marina Monzó (Óscar), Cristian Díaz (Samuel), David Sánchez (Tom), Pedro Martínez Tapia (Silvano), Pablo Carballido (Primer juez y sirviente de Amelia). Orquesta Sinfónica de Galicia. Coro Gaos. Dir. coro, Fernando Briones. Dir. escena, Mario Pontiggia. Dir. musical, Ramón Tebar.
Lo que significó esta ópera en el momento de su estreno allá por 1859 carga con una energía especial su música. Cancelaciones, censura, juicios que hicieron de su puesta en escena todo un triunfo, un símbolo de lucha. Un significado parecido al que encierra el libreto, la victoria del honor y del amor en toda la extensión de la palabra. No podemos evitar el símil con lo que puede representar esta producción en Coruña, ni dejar de sentir el aroma del triunfo al advertir la entrega de los aficionados desde el anuncio de la programación. Esto ya se podría tomar como un éxito en sí mismo y debería dar que pensar a quien sea responsable de haber mutilado los presupuestos de esta temporada lírica. Se está privando a la gente de algo que ésta claramente demanda. La primera de las dos funciones dedicadas a la soprano gallega Ángeles Gulín en el XV aniversario de su fallecimiento, coincidiendo además con el 65 aniversario de la temporada lírica coruñesa, completó el aforo de un teatro que hacía tiempo que no se usaba con estos fines, el Teatro Colón. Sus evidentes límites, tanto en su aforo como en el foso, se vieron compensados con creces con la magia y cercanía que ofrece una sala de estas características.
Sobre las tablas Mario Pontiggia apostó por una escenografía sin distracciones, sobria y de colores neutros, representando así a unos personajes que desdibujan su bondad siguiendo las motivaciones de lo que cada uno considera justo y honorable.Ofreció cuadros muy logrados, caso del santuario de Ulrica donde el rojo palpitaba como augurio de la escena final, en la que de nuevo ese color aparecía en el telón de fondo. Con mucha discreción consiguió que la auténtica protagonista fuera la música, entregada al público por un elenco equilibrado y que alcanzó momentos realmente brillantes.
No esperábamos poco del ya consagrado tenor Gregory Kunde, al que el papel de Riccardo le sienta como un guante. En plenitud de facultades, tal y como era de prever, el norteamericano resultó impecable en su actuación e impresionante en su canto, elevando la temperatura de la representación con en su interacción con el resto del reparto. Saioa Hernández, que anunció cierta indisposición al inicio, ofreció una Amelia de tristeza contenida, digna de aplauso en el dúo central con Riccardo y en el “Morro, ma prima in grazia”, con un tercio agudo bello y espectacular. Mostró una voz densa, muy bien empastada con la de Kunde y exhibió facilidad para el fraseo belcantista, amén de una afinación impecable. Para ser su debut con este rol, sólo caben aplausos. La otra soprano del cartel, la joven Marina Monzó -debutante en Coruña y debutante en su rol-, bordó con gracia y sin aparente esfuerzo las intervenciones de Óscar. Llamó la atención su dominio técnico para la coloratura y la entonación, sin perder por ello el carácter del personaje, el cascabel del libreto, liberador de tensiones dramáticas.
Las voces de Juan Jesús Rodríguez y Marianne Cornetti obtuvieron también el unánime entusiasmo del público. Rodríguez sonó imponente no sólo en su actuación musical sino también en la representación actoral de su personaje. Sus intervenciones solistas levantaron sendas sonadas ovaciones. A partir de un centro muy sólido, impresiona la calidad del sonido que logra en el agudo, sin perder un ápice de color. Marianne Cornetti estuvo sencillamente espléndida como Ulrica. Es ya de hecho otra de las voces consagradas del cartel coruñés. Realmente no hay nada que reprocharle; si acaso habría que reclamarle al propio Verdi más intervenciones para el lucimiento de tan notable Ulrica.
Los bajos Cristian Díaz y David Sánchez, bien dispuestos en la escena de Pontiggia para equilibrar el resultado sonoro, alcanzaron con dignidad el reto de asumir los papeles menos congraciados con la audiencia y encajaron perfectamente en el engranaje vocal de la producción. También Fernando Briones trabajó con unas partes corales complicadas y de mucho peso en esta ópera, como no podría ser de otro modo tratándose de Verdi. El Coro Gaos estuvo a la altura del resto del elenco, arropando con equilibrio las escenas y llevando un papel destacado en el tercer acto, en el que resultó especialmente logrado el concertante final, “Cor sì grande e generoso”. Ahí también se intuía la acertada batuta de Ramón Tebar. La buena sintonía del director con el conjunto se percibía en sus gestos cómplices con la escena y se trasladó al resultado final. Tebar firmó una versión musical redonda, a la altura de esta monumental partitura. Prudente y bien medido, supo sacar lo mejor de las voces congregadas en el reparto. Hay que elogiar también al esfuerzo de la Orquesta Sinfónica de Galicia, aquí con apenas pocos más de cuarenta músicos, agolpada en un foso desde el que pasó quizá más inadvertido su mérito. En resumen, una velada memorable y emotiva, un éxito de todos. Sólo imploramos por más noches como esta.