Milagros y privilegios

julio andrade malde 09.09.2017 | 00:57

 En A Coruña, y de manera muy especial en el campo de la ópera, estamos acostumbrados a que se hagan milagros y se consigan privilegios. Los milagros vienen produciéndose desde que comenzaron los reveses de las entidades financieras coruñesas que dejaron al Festival de Ópera huérfano de importantes apoyos económicos. Después, y con la justificación que ofrecía la crisis, las instituciones comenzaron a practicar recortes presupuestarios cada vez mayores. Bien es verdad que, de todos los festivales de ópera que se celebran y se financian con dinero público en España, el de A Coruña es el último a la hora de recibir apoyos dinerarios, aunque tenga una calidad que probablemente supera a otros que reciben subvenciones más sustanciosas. En eso consisten los milagros: en hacer ópera de alta calidad con medios cada vez más escasos. Claro que ahí está la demostrada eficacia de los organizadores, la impresionante respuesta del público y el apoyo que brindan muchos artistas que hacen cuanto les resulta posible para que este Festival permanezca. Cuando corrió peligro de desaparecer, lo salvó el clamor de tantos grandes cantantes, directores de orquesta y directores de escena, además de su generosidad en muchos casos (hubo quienes, como Celso Albelo, Leo Nucci o Alberto Zedda, actuaron sin percibir ni un céntimo). Era A Coruña y eran más de sesenta años de ópera en la ciudad. ¿Y los privilegios? Escuchar aquí a tantos grandísimos artistas, ¿no constituyen verdaderos privilegios? Este año los milagros y los privilegios han alcanzado cotas insólitas porque, a todas las demás dificultades, se unió la imposibilidad de utilizar el Palacio de la Ópera, debido a que se están realizando reformas, y el aforo del Teatro Colón resulta insuficiente, incluso aunque se hayan programado dos funciones de Un ballo in maschera. Y, a pesar de ello, ahí hemos entrado todos (o casi todos). También para esta ópera hemos tenido el privilegio de contar con un elenco extraordinario que llevó la representación a las más elevadas eminencias artísticas. Y no se trata precisamente de una obra fácil. Otro milagro y otro extraordinario privilegio ha sido haber podido sustituir al gran Alberto Zedda para el Curso de Interpretación Vocal. Además, con otra grande de la ópera: nada menos que Renata Scotto. Gran dama y gran artista que tiene su propio estilo en la pedagogía del canto, pero que también recuerda extraordinariamente en sus criterios y en sus enseñanzas al maestro milanés -coruñés por opción-, que por desgracia perdimos hace unos meses. El pasado jueves fue el último del curso que impartió Scotto. Actuaron cinco sopranos, españolas todas (Clara Panas, por opción), y de nivel artístico elevado. Comenzó la mallorquina Natalia Salom, cuyo carácter lírico, queda bien patente en el repertorio elegido: aria de Adina, de L’ elisir d’amore, de Donizetti, y gavota de Manon, de Massenet. Natalia posee sobre todo un excelente registro agudo. Renata Scotto se muestra complacida con su trabajo, aunque le corrige algunos detalles: le pide con insistencia que abra bien la boca, que cuide la cuadratura, que suba un poco la afinación de algunas notas que resultan calantes y que no encoja la espalda. En la gavota, la alumna muestra en todo su esplendor el registro agudo. “Molto bello, molto bello”, alaba la profesora. Le siguió Clara Panas, la soprano moldava afincada en los alrededores de A Coruña hace unos cuantos años. Se trata de otra soprano lírica, pero con tintes de dramática; una cuerda muy indicada para el universo pucciniano. Por ello, Un bel di vedremo, de Madame Butterfly, parece hecha para su voz. Pero también lo fue en su día para Scotto, que siguió con emoción y moviendo los labios el desarrollo del aria. A pesar de que Clara está magnífica, la ilustre cantante le hace algunas observaciones. Por ejemplo, le indica que un determinado pasaje no debe expresarse necesariamente con fuerza, sino con convicción; también le dice que la expresión no debe transmitirse con la mano sino con la voz. Ruth Terán, madrileña, es también una soprano lírica, pero más estricta. De hecho eligió cantar Regnava nel silenzio, de Lucia de Lammermoor, de Donizetti, y el aria del veneno, de Romeo y Julieta de Gounod. En Lucia destacó su registro agudo, dotado de un intenso vibrato que le confiere un notable brillo. La signora Scotto le dice que no puede estar con tanta frecuencia con los brazos caídos, le pide que abra más la boca y le corrige algunas notas calantes. “Va bene”, resume al finalizar. En el aria del veneno, Ruth descubre ciertos caracteres dramáticos de su voz. Renata corrige algún pasaje cromático de difícil afinación y al final comenta que el aria es muy dramática. Nuestra paisana, Carmen Subrido, solo cantó una obra: Ombra infelice, aria de Electra, de la ópera Idomeneo, de Mozart. Carmen posee una voz poderosa, squillante, de soprano dramática; el agudo es poderoso y la cuerda se halla bien igualada en todos los registros. Scotto comenta: “Bene” y “Molto bene”. Y al final elogia “¡Brava!”. María Zapata es asturiana; su voz de lírica estricta posee una notable potencia y un brillo considerable, debido a un vibrato intenso. Las voces grandes como la suya exigen un especial control. Eligió un aria de I masnadieri, de Verdi, y Si, mi chiamano Mimi, de La bohème, de Puccini. Renata Scotto siguió esta pieza con expresión conmovida. Está claro que las heroínas de Puccini, que ella supo caracterizar de modo magistral, le llegan muy profundamente. “Va bene”, dice, a modo de conclusión.
1733 visitas totales 1 visto hoy
Compartelo en
468 ad