“Poder vivir fuera de la realidad es muy fácil en este trabajo”
“No siempre somos lo que parecemos. Hay que separar bien al artista de la persona”
Alicia Pardo Le consideran el mejor Rodrigo sobre el escenario, pero él se revuelve contra la corona. “Prefiero ser el segundo y así poder mejorar”, dice Carlos Álvarez (Málaga, 1966) con su profunda voz de barítono. El intérprete ensaya esta semana su rol en Don Carlo, que acometerá en versión concierto este sábado en el teatro Colón (20.00 h.). La cita será su regreso a A Coruña tras 16 años de ausencia, que saldará en el marco de la Temporada Lírica.
El Don Carlo ha tenido múltiples versiones, ¿qué lectura hará esta vez de su Rodrigo?
Quizá sea una de las pocas veces en las que vamos a hacer la versión que Verdi escribió. En este caso, no va a haber una posible lectura paralela, sino lo que el compositor quiso que fuera su obra. Y creo que los personajes vamos a ser muy parecidos a lo que está en la partitura, así que quizá sea una versión un poco más personal.
Da la sensación de que Verdi siempre les ofrece otras rutas, terreno con posibilidades.
Sí, nos puso justo en el centro de la diana. Hasta entonces, el barítono había sido casi siempre el tercero en discordia. Y la verdad es que dar cuerpo a un personaje que es bueno se convierte en un privilegio para nosotros. Los roles de Verdi tienen esa capacidad dramática…
A uno de ellos, Rigoletto, rechazó cantarlo en La Scala de Milán. Aquello se ha acabado convirtiendo en uno de los hitos de su carrera.
Yo creo que fue la mejor decisión. Además, me permitió ponerme en el punto de mira de algunos teatros y directores que, ante mi negativa, empezaron a seguir mi trayectoria. Para hacer determinadas cosas, uno tiene que estar preparado. Aquella respuesta mía, posiblemente lo que me dio fue el tiempo suficiente como para demostrar mi valía.
Lo ha hecho ya durante 30 años. Los cumplía este abril.
A mí me parece como si fuera ayer…
¿Tan fresco tiene al Carlos Álvarez que cantaba comprimarios de Mozart?
Sí, y me acuerdo de uno incluso más pequeño, que es del colegio. Yo siempre intento hacer ese ejercicio de memoria, para no perder la ilusión que podría desvanecerse en el mundo profesional.
¿Cómo llegó a él? Usted quería ser médico.
Me encontré en el sitio y en el momento adecuados. Yo estaba en el coro de la ópera en Málaga, en 1988, y por allí pasaron algunos directores que me dieron la oportunidad de poder empezar a dar pasos a nivel profesional. Tuve que tomar una decisión importante, que fue dejar los estudios de medicina, afortunadamente para la población enferma española [risas]. Probé y me fue bien, hasta que una lesión en las cuerdas me mantuvo alejado del trabajo.
Cuando le dijeron que a lo mejor no podría volver a cantar, ¿dónde se imaginó?
La verdad es que no sabía muy bien qué podría hacer, pero se abrió una ventana de oportunidades con la enseñanza. Durante un tiempo, estuve impartiendo un máster, y eso me gustó. Quizá esa podría haber sido una salida.
El regreso a las tablas, ¿fue como partir de cero de nuevo?
Siempre partes de cero, no hay nada que se dé por descontado. Pero esa sensación es buena, porque te mantiene con la tensión de tener que hacer bien el trabajo. Desde el periodo de la lesión, para mí subirme al escenario ya significa que podría ser la última vez, y esa es una forma muy apasionante de ver este trabajo. No nos jugamos la vida como los toreros, pero sí el prestigio profesional.
Dice que muchos ven al Carlos Álvarez cantante y no a la persona. ¿La ópera da esa especie de misticismo?
Sí. De alguna manera, no siempre somos lo que parecemos. Y hay que separar muy bien al artista de la persona.
¿Cuesta?
No, es una costumbre. En mi casa, mis padres nos enseñaron a tener un criterio, así que es algo que tiene que ver con mi forma de actuar. Pero reconozco que, en este trabajo, poder vivir fuera de la realidad es muy fácil. Tenemos una capacidad de vida que está por encima de la media, todo el mundo viene a decirnos lo guapos que somos y lo bien que lo hacemos… A poco que no tengas la cabeza bien amueblada, se te puede ir la olla y creértelo perfectamente. Afortunadamente, yo tengo una familia absolutamente iconoclasta, y en mi entorno sigo siendo Carlitos. Mis amigos son tanto los conserjes que me abren por la mañana como los directores del teatro.
¿Y los directores de escena? Porque parece que existe una cierta rivalidad…
Rivalidad no lo creo, porque estamos colaborando. El director de escena lo que hace es intentar convencernos de que su visión es adecuada. Se convierte en un conflicto, pero para poder dar las mejores soluciones. Aunque yo a veces he tenido que tragarme alguna producción en la que era imposible cambiar el concepto, y ha sido un poco difícil involucrarme.
Entre sus próximos compromisos está el Metropolitan de Nueva York, al que acudirá el año que viene, ¿cómo proyecta su regreso?
Con muchas ganas, porque hace ya mucho que no voy. Concretamente desde 2010, que fue cuando apareció por segunda vez la lesión y tuve que cancelar. Voy a hacer La Bohème, que no hago desde el siglo pasado, porque dicen que soy caro para interpretar a Marcello, y que hay otros cantantes que lo pueden hacer. Allí me van a dar la oportunidad de abordarlo, y me ilusiona mucho.