El bello canto
Por Julio Andrade Malde (“La Opinión”)
Un programa integrado por creaciones del Barroco musical italiano (incluido el compositor hamburgués Hasse) es una gozosa experiencia para los aficionados al bel canto. Y podríamos decir, sin equivocarmos, para los amantes de la bella música, en general. Porque si algo distingue a este importantísimo período de la historia es que sus producciones son de una calidad y de una belleza admirables; y además que todos los compositores, incluso los que se van redescubriendo (como el propio Ricardo Broschi, hermano de Farinelli, o Joahnn Adolph Hasse, presentes ambos en el programa) son excelentes músicos. Es verdad que para dar la medida de esta excelencia, es preciso contar con una voz y una agrupación instrumental como la que hemos tenido la fortuna de escuchar el pasado jueves en el Rosalía. Ello explica las inacabables aclamaciones, los aplausos rítmicos (por dos veces) y los tres espléndidos bises con que fue correspondido el entusiasmo desbordado del público. La mezzosoprano sueca Ann Hallenberg posee una voz privilegiada y una escuela de canto de primerísimo nivel. En una apresurada y casi telegráfica relación, debemos aludir a la perfecta afinación; el maravilloso canto legato; la riqueza expresiva de los afectos; la extensión vocal, con agudos de soprano y graves de contralto; la resolución precisa de las ornamentaciones, donde cada nota se desgrana y se suma sutilmente al conjunto como las cuentas de un collar; la impecable adecuación estilística; la notable regulación del volumen? Y, acaso sobre todo, el regalo auditivo que supone disfrutar de la belleza de su timbre. Por poner un reparo que humanice a esta voz cuasi sobrehumana, el precioso color se logra a menudo (como ha ocurrido con muchas otras cantantes, entre ellas, Joan Sutherland y Montserrat Caballé), cerrando en exceso la cavidad oral, lo que provoca algunas dificultades en la comprensión del texto. Si exceptuamos conceptos estrictamente vocales, todas las cualidades que se han atribuido a la cantante pueden predicarse igualmente de la orquesta. La extraordinaria profesionalidad de los instrumentistas permite conseguir una afinación perfecta -incluidas trompas naturales- a pesar de que tocan con instrumentos originales o réplicas. Un gran músico, Christophe Rousset, los dirige desde el clave. El programa fue ampliado con tres bises: sendas piezas de Pietro Torri (L’Edipo), Leonardo Leo (Catone in Utica) y Haendel (la célebre aria, Lascia ch’io pianga, de la ópera Rinaldo). Un concierto inolvidable.