El intérprete canario, uno de los de mayor proyección internacional, sale en defensa del tenor y censura que se pisotee la presunción de inocencia
Celso Albelo forma ya parte de la decoración de las temporadas líricas de La Coruña desde que hace más de una década conquistara a la afición. Desde entonces, es un imprescindible. Mañana será el encargado de levantar el telón del ciclo lírico coruñés con un recital de canciones populares y piezas operísticas. Pertrechado con la honestidad que le caracteriza, el tenor canario, que viene de una temporada triunfal entre Nápoles, Bologna, Lieja, Orange o Nápoles, da la cara por Plácido.
Están sacudiendo el mundo de la ópera las denuncias de varias mujeres contra Plácido Domingo por acoso sexual. ¿Cuál es su opinión?
Por lo que conozco a Plácido Domingo, es un señor y un caballero. No doy credibilidad a las acusaciones.
¿Puede ser que estemos ante un supuesto cambio de costumbres en el mundo de la ópera?
Entrar en eso sería un error. Son temas muy delicados, porque tampoco podemos olvidar que hay personas que sí son víctimas de esta lacra. Las relaciones entre personas siempre deben mantenerse con respeto y naturalidad, y también el derecho a equivocarse. Si a mí me gusta una persona, puedo hacer un intento de acercamiento, y eso no debería entenderse como que estoy utilizando una posición. Basta decir no. No es no. Esa barrera se ha ido limando demasiado. Y no quiero justificar los modos de nadie que, en ocasiones, haya podido aprovechar su situación.
¿Una acusación así empaña una carrera artística?
Sería muy triste que cayésemos en empañar la carrera de, probablemente, el personaje más importante en la historia de la lírica. Estamos echando por tierra la presunción de inocencia. Domingo tiene que parecer culpable por fuerza, y se ha hecho un juicio paralelo. Eso no lo merece nadie, y una persona como el maestro, mucho menos.
Hablemos ahora de usted. De nuevo en La Coruña.
He perdido la cuenta, ya solo digo que son más de diez años. En España está la primera ciudad que me dio la oportunidad de la mano de los Amigos de la Ópera y de César Wonenburger, y desde esa primera ocasión ha ido creciendo y forjándose una amistad y una admiración artística mutua. Tanto ellos como yo, con sacrificios, hemos salido adelante. Es bonito el respeto y la colaboración que mantenemos.
¿Recuerda la primera vez en la ciudad?
Sí, fue un recital con Stefania Bonfadelli, al que yo llegué de rebote, como relleno. Llamé la atención pese a estar junto a la diva y, al término del recital, César me preguntó qué ópera quería cantar al año siguiente y así empezamos. Fue «Don Pasquale», con la producción de Stefano Vizioli que venía de La Scala.
Está siendo un año fructífero, con ese sueño cumplido de debutar en un papel como el de Riccardo de «Un Ballo in Maschera».
Es curioso, porque cuando decía que era un sueño nunca pensé que llegaría a cantarlo, y no solo lo canté sino que además convencí.
Y no se fue a un teatro cualquiera, sino al San Carlo de Nápoles, con una afición exigente.
El San Carlo es probablemente el teatro más grande de Europa. Si cantas allí ya te quitas el miedo de si te escuchan o no (Risas). Estaba muy asustado, tenía mucho respeto, es un rol que hay que madurar y profundizar. Pero el primer contacto me dejó muy satisfecho.
Siguiente reto, el Rodolfo de «La Boheme» en Muscat. Entra ya en el repertorio de tenor lírico pleno.
Si analizamos las últimas temporadas, llevo cantando «Lucia», las «Reinas» de Donizetti, «Puritanos», «Lucrezia»… Eso ya es repertorio de tenor lírico. Ese tipo de Donizetti y Bellini no son de tenor ligero. Ese es el belcanto en el que yo me he movido, y que me ha ayudado a desarrollar la voz en densidad y presencia. La evolución en un cantante es como la vida misma. Pasarse es tan malo como quedarse corto. Uno tiene que ir dando pasos. Tengo 44 años, llevo 15 cantando, y también acabo de hacer una grabación de una ópera barroca, «Enea in Caoni», para Naxos. Lo importante es tener la voz dúctil, y si luego das un paso que no sea porque hay cosas que no puedas cantar ya, sino porque la voz te lo pide.
Un año además para debutar en el «Requiem» de Verdi. ¿Una experiencia religiosa?
Es realmente conmovedor. El «Requiem» de Verdi trasciende, te das cuenta lo realmente profundo que era el autor, que no era el chimpúm que muchas veces se le imputa de manera simplista.
El año próximo regresa a La Fenice a cantar «L’Elisir d’Amore», uno de sus primeros grandes éxitos internacionales. ¿Qué recuerdos, no?
Es una de las cosas más bonitas que me ha pasado como cantante. Bisar en el estreno, algo que hacía veinte años que no se hacía, y además vuelvo con la misma producción… Pero mira qué paradoja, regreso y ahora soy uno de los cantantes más veteranos del reparto. Es gracioso, porque me recuerda a quienes decían que a los tres años iba a estar acabado y llevo quince de carrera, sin cambiar de repertorio. Uno empieza a creerse que lo que está haciendo estaba bien hecho. Eso da regustillo y te saca una sonrisilla socarrona.
Mucha ópera, pero Albelo le guarda un cariño especial al mundo de la canción popular.
La canción en español, incluso sudamericana, la hemos visto como una banalidad. Cada cosa tiene sus llaves y sus trucos, y no todo el que es capaz de cantar un lied alemán sabe cantar «Besos en mi sueño». Alguien me dijo una vez que, cuando interpreto las canciones que me gustan, las acerco al lied alemán. Yo nací en Canarias, donde hay un clima estupendo, a mí se me hace muy complicado interiorizar el «Winterreise», porque yo de media tengo 22º al año. Puedo entender la pieza y aprenderla, pero me costaría hacerla mía. No me gusta que se piense que cantar canción es una simpleza o una frivolidad. Yo hago un trabajo con la palabra, con las pausas, como si me enfrentara a una de las mejores canciones centroeuropeas.